¡Hola amig@s!
¿A quién no le gusta viajar?
En estos días que tenemos que estar «encerrados en casa» por culpa del maldito #coronavirus, está corriendo por las redes sociales la iniciativa de volver a publicar esas fotos o esos vídeos de viajes pasados, de destinos que nos enamoraron y que ahora desde la lejanía de los recuerdos y del confinamiento, parece que tienen más valor que nunca para saber que la vida siempre merece la pena vivirla y viajarla…
Pero para que haya viaje, tiene siempre que haber “una vuelta”, un regreso al punto de partida de todo… Tiene que existir la posibilidad de poder traerte un pedacito de historia en forma de souvenir o de recuerdo,
con el que preservar ese momento único en tu memoria o plasmarlo en un papel en blanco para compartirlo con los demás.
Por eso, hoy os propongo que busquéis en casa alguno de esos souvenirs, figuritas o fotografías que inundan vuestras estanterías o paredes, y contar su historia, o una #microhistoria, con los personajes que se cruzaron en vuestro camino, el momento especial que vivísteis en ese viaje…. y sobre todo, el por qué dedicistéis darles un sitio especial en vuestra vida y en vuestro corazón.
Y esta vez para romper el hielo, no he podido resistirme a contaros mi historia, la de un viaje hace varios años a Roma, donde conocí a las puertas del Coliseo a una chica muy especial, cuyo nombre me dijo que era WOLF y que me regaló esta talla en madera que os enseño en la foto, y que era de su perro Máximus.
Ahora la pequeña escultura perruna está en la estanteria de mi estudio, guardando mis libros y recordándome que ahí fuera hay gente maravillosa, con historias y viajes que merecen ser escritos para recordarnos.
Aquí abajo os dejo mi historía, pero acuérdate de imprimir este ejercicio y buscar un souvenir y contar vuestra historia.
Ah! Y por si a alguien le gustan los relatos de viajes, aquí también os dejo un enlace al libro «Viajes que cuentan historias» que publiqué hace unos años con mis alumnos del taller de escritura sobre el mundo de los viajes y la maravillosa portada de mi amiga ilustradora Azahar Giner.
“Máximus” por Tesa Zalez
La encontré enfrente del Coliseo, en una tarde de otoño.
Vestía un poco desaliñada, hippy tal vez, y estaba jugando con su perro. Me dijo que ella se llamaba Wolf pero su mirada dulce y serena no tenía nada que ver con su lobezno y agresivo nombre. A su lado había un gran perro con cabeza de emperador y cuerpo de gladiador.
– Maximus –me respondió mientras yo me acercaba y le acariciaba–. Su nombre es Máximus, como el de la película -y me señaló sonriendo el Coliseo.
La mirada penetrante y cautivadora de su fiel perro no desmerecían su porte imperial y majestuoso.
– ¡Es mi guardian! -me continuó contando mientras me invitaba a sentarme a su lado-. Me defiende de los borrachos cuando cae la noche en las calles de Roma… Aquí, en la calle, él es mi protector, ¿sabes?… Los polacos son los peores ¡No saben beber! Yo soy de Serbia pero intento esconderlo para no tener problemas con ellos…
Me senté a su lado mientras mi mano seguía acariciando a su perro. Y de repente, empezó a hablarme de su gran reto: su viaje «a pie» por toda Europa desde Serbia durante 3 años, con la única compañía de su perro y una mochila.
– A veces en las aduanas tengo que mentir sobre sus orígenes – me confiesa-. Es un pastor imperial, les contesto a los policías, inventándome una raza que nunca ha existido, ya que su mestizaje de pastor con rottweiler me cerraría muchas fronteras.
La observo más de cerca. Su figura aniñada me hace dudar sobre si considerarla una vagabunda o una aventurera. Me propone sentarnos en una terraza cercana y tomar algo. Se nota que quiere… se nota que necesita hablar con alguien después de tantos días sola. Me cuenta más cosas de su vida en la calle, de su viaje, de su perro…
Pasa el tiempo. Tengo que volver al hotel porque me están esperando. No me deja pagar las cervezas. Insiste en hacerlo ella. Miro a Maximus y le pido entre miradas y caricias que la cuide y que la defienda de sus enemigos. Escondo un billete de 20 euros en su bolso mientras le digo que es para que compre comida para el perro. Nos despedimos y de repente ella me regala como agradecimiento por esa pequeña charla una talla de madera hecha por ella misma con la imagen de Máximus, y sin saber por qué, me alejó con lagrimas entre los ojos.
A la mañana siguiente, el taxi nos espera en la entrada del hotel. Camino del aeropuerto, el coche bordea de nuevo la Via de San Gregorio para toparnos de frente con el gran anfiteatro romano. Desde la ventanilla del automóvil busco con la mirada a Wolf, pero ella ya no está… Me la imagino camino ya de su próximo destino. Y es en ese momento cuando decido que mi próximo perro será un pastor imperial.