Dicen que tras el suicidio de Hemingway, su mujer ordenó cortar en pedazos la Richardson plateada calibre 12 de dos cañones con la que el autor decidió poner fin a sus días. Los restos de la escopeta asesina fueron además enterrados en lugares secretos para librarla de la furia de los coleccionistas. Corría entonces el 2 de Julio de 1961.
Pero muchos años antes, «Papá Hemingway» había conseguido lo que muchos escritores persiguen y anhelan a lo largo de todas sus vidas: un Pulitzer, un Nobel, reconocimiento internacional, codearse con las estrellas de Hollywood… y todo enmarcado dentro de un mismo país con el que sentía una conexión muy especial. Presumía que Ava Gardner se había bañado desnuda en la piscina de su casa en La Habana pero a la vez se sentía el hombre más feliz del mundo cada vez que salía a navegar con los humildes pescadores cubanos del poblado de Cojímar. De aquellas escapadas para pescar agujas nacería la inspiración para uno de sus grandes títulos, El viejo y el mar (1952).
Cuba, y en especial su Finca Vigía donde vivió los últimos 22 años de su vida, fue su refugio y el escenario donde terminaría de escribir su obra cumbre Por quién doblan las campanas (1940). Allí yacen ahora su Royal portátil, las tumbas de sus perros, unos 50 gatos y los 9.000 volúmenes que atesoró a lo largo de su vida y de los cuales García Márquez exclamaría: «Qué biblioteca más rara tenía ese hombre».
Y es que si algo tenemos en común Hemingway y una servidora (salvando las distancias literarias, por supuesto) es el amor por este país caribeño y por sus gentes. «Esa isla larga, hermosa y desdichada» diría el escritor de Cuba, pero a la vez «tan cercana, hospitalaria y decadente», añadiría yo. Ya por los años 50, el autor era un hombre familiar en La Habana, quien diría de si mismo, «que para ser un hombre solitario tenía bastantes amigos». En una crónica de 1949 revelaría quiénes eran sus hallegados cubanos de verdad:
«Revendedores de lotería a quienes conozco desde hace muchos años, polícias que me han devuelto con favores los pescados que les he regalado, patrones de botes de remos que han perdido la ganancia de un día sentados conmigo en el juego del frontón, y conocidos que pasan en automóvil por el Malecón y me saludan con la mano, y a los que les devuelvo el saludo, aún cuando no puedo reconocerlos en la distancia.»
Se le veía llegar al Floridita a eso del mediodía. Los que le conocían afirman que podía llegar a beber hasta una docena de daiquiríes especiales de una sentada y al marcharse llevarse en su termo «el daiquiri del camino». Hoy si nos pasamos por este afamado local en La Habana, descubriremos un busto del escritor en la barra del bar, homenaje en vida de sus dueños y empleados, junto a una dedicatoria que reza:
A nuestro amigo Ernest Hemingway.
Premio Nobel de Literatura.
La Floridita
También se cuenta que cuando el escritor vió por primera vez su escultura, la contempló en silencio para exclamar después a los camareros. «Yo no merezco tanto. Es demasiado honor»
La Marina Hemingway, el hotel Ambos Mundos, La Finca Vigía con el Museo Hemingway, la librería Hemingway o la Plaza Hemingway con su busto en Cojímar son todos escenarios que por una u otra razón heredaron el nombre de este genio que amo a Cuba como su propia casa, como el lugar al que siempre estuvo destinado. Se levantaba temprano con el sol de la mañana, trabajada hasta el mediodía en sus próximos escritos y solo abandonaba su labor cuando llegaba a un punto en que sabía exactamente lo que sucedería después. Al final de cada jornada, contaba y anotaba las palabras que quedaban en limpio, intentando llegar siempre a unas 500 para concluir el día con un trabajo bien hecho. Luego, se daba un baño en la piscina, comía y echaba una cabezadita en su butaca. Por la tarde, acudía al bar Floridita o a La Bodeguita del Medio para cumplir con su «Mi daiquiri en el Floridita y mi mojito en La Bodeguita» mientras que apuntaba su peso en las paredes del baño.
Luego regresaba a casa, se preparaba un buen vaso de whisky y se colocaba ante su Royal portátil de nuevo para terminar esas frases pendientes de inspiración.
Hoy desde estas letras solo puedo recomendaros que sigáis las huellas de este gran escritor en el libro «Tras los pasos de Hemingway. En la Habana» de Ciro Bianchi Ross, todo un glosario de anécdotas y andanzas de este personaje que una vez sintió a Cuba como su propio hogar.